Un día pastoreando con Chencho Gómez en Polaciones

Un día pastoreando con Chencho Gómez en Polaciones

Sábado, 21 de mayo de 2021. Voy a ver a Chencho Gómez, pastor de ovejas de Polaciones, a sentir El Súper de los Pastores desde las montañas. Me subo a Pejanda por la tarde, después de trabajar. Me alojo en Casa Molleda. ¡Qué gusto! Es de esos pocos restaurantes de pueblo donde se sigue comiendo rico y casero. Son la tercera generación de un negocio que cohesiona al valle. Además, organizan conciertos y eventos culturales.

Son un ejemplo para España de restaurante rural. Estos restaurantes deberían estar protegidos como patrimonio histórico de España; deberían estar mucho más cuidados por la Administración, y en esta pandemia se ha protegido igual a un McDonalds que a un restaurante como Casa Molleda, y esto no puede ser. España pierde mucho con la desaparición de este tipo de bares y restaurantes si queremos generar un turismo de calidad y tener una población sana. Este tipo de bares mejora la inmunidad de la población, y más en los pueblos de la España vacía donde son el lugar de encuentro para quitar un poco las soledades del alma.

Entro al bar; es de esos pocos bares con encanto que quedan en España, y allí está Chencho hablando con unos paisanos. Y después de más de un año sin ir a Polaciones soy más consciente que nunca de la gran función social que cumplen los bares rurales en este país como lugar de encuentro. Más que nunca, agradezco a la familia de Casa Molleda por seguir abiertos y acogiéndonos a los que nos queremos refugiar en sus cocidos, en sus barras, en sus conciertos, en sus ratos de lumbre. Pienso en su logro familiar para mantenerse durante tres generaciones, en la inteligencia de sus acuerdos, en los consensos… Me producen curiosidad, pero dejo mi entrevista vital para otro día. Esta vez he venido para entrevistar a Chencho.

De repente se llena el bar de hombres y todos empiezan a contar sus problemas con el lobo. Todos son ganaderos; unos de Liébana, otros de Polaciones. Después de un rato de conversación, y de sentirme un poco rara sola entre tanto hombre, necesito un rato de silencio y me voy al comedor junto a la lumbre a leer Biografía del Silencio, de Pablo d’Ors. Es un gran libro que leo y releo desde que me lo han regalado unas amigas hace un mes por El Día del Libro. Este año he tenido muy poco tiempo de lectura, así que me quiero regalar ese rato tranquila.

Este año estoy otra vez en la meditación. Me quedo a cenar en el comedor junto a la lumbre y me voy a mi habitación a leer y a meditar. Antes, me pido una infusión en el bar. Me gusta sentir la alegría de la gente, hay muchas risas y ya, por fin, mujeres. Fuera hay un grupo cantando. Cuánta sabiduría de cantos para combatir las nieblas de las montañas. Hay ambiente nocturno, pero como la barra está sin usar por las restricciones no me siento en la barra a sentir la energía de la noche y me voy a mi habitación.

Madrugo para encontrarme con Chencho, para acompañarle en su pastoreo de domingo. Me despierto con un día de esos bonitos de Cantabria, soleados y de cielos azules. Me bajo a desayunar al bar mi café y mi tostada. Eso sí, echo de menos Café Angélica porque ¡qué malo es el café de los bares de este país!. Cafés quemados, llenos de torrefacto, que sientan mal al estómago. Sigo sin entender cómo muchas personas ahorran en la energía que metemos a nuestro cuerpo, pero en cambio no en coches de marca u otros artículos. Nuestra energía vital depende mucho de la alimentación. La alimentación es nuestro tesoro o nuestro enemigo, pero seguimos con cafés que envenenan nuestros cuerpos lentamente.  Y en la mayoría de bares de este país no hay la posibilidad de pagar por un café bueno.

Viene Chencho a buscarme, me subo en su coche y en diez minutos llegamos a una nave comunal donde han dormido sus ovejas. Desde allí se vislumbra todo el valle. Son ovejas felices, con esas vistas de tanta belleza. Abre la nave y empiezan su camino juntas. Me vienen pensamientos de Avelino, el cura que ha montado la Granja Montesclaros, que da empleo a personas en exclusión social. Las ovejas van todas juntas, en comunidad, pero cuenta Avelino en su último libro, escrito en el confinamiento, que siempre necesitamos una oveja negra, la que se sale del camino, una oveja rebelde, que a veces vuelve y nos lleva a nuevos pastos más nutrientes. Avelino tiene 80 años y ha escrito este gran libro de Teología en el confinamiento, pero de Avelino os hablaré otro día, porque nos vende los huevos y porque es uno de esos grandes hombres místicos y de acción social con el quiero pasar más tiempo y que su voz llegue a muchos lugares.

Quizás El Súper de los Pastores sea esa oveja negra que se ha salido de los circuitos de todas las cadenas de supermercados, que compra solo producto nacional y de temporada, para impactar lo mínimo posible en la huella de carbono. Para ser ese súper donde los alimentos son producidos con el gran lujo de la artesanía, del cuidado por el Planeta. Quizás consigamos hacer con el tiempo más rebaño con otras cadenas de alimentación. Quizás estemos caminando hacia una pradera a la que luego vendrá el resto.

Empiezo  a charlar con Chencho después de más de un año sin vernos. Sigue tranquilo y con su mirada profunda. Sigue con presencia y con su hablar pausado y con ritmo. Quizás los pastores de puertos tienen las miradas de más horizonte del mundo. Chencho me cuenta que él no aguanta más de dos días en la ciudad, que necesita volver. Me cuenta que a cada uno le llega la energía por un lado, pero que a él le viene de la tierra y de su rebaño de ovejas.

Chencho tiene pausa y salud. Me pregunto si quizás Chencho no ha perdido la conexión con la naturaleza como tantos de nosotros y por eso cuando va a la ciudad no aguanta ni dos días. Me pregunto qué nos ha pasado como especie para que nos parezca mejor un trabajo de 1.000 euros al mes en una gran ciudad con dos horas de metro de casa al trabajo o con trabajos de riesgo en fábricas ruidosas. Trabajé muchos años de abogada en Cantabria y muchos inmigrantes no querían trabajar con los ganaderos porque era como no progresar por la creencia social de que ser pastor era uno de los peores trabajos de la sociedad. Me pregunto qué nos pasa en la ciudad que nuestros cuerpos se van tensionando y nos empastillamos para acallar dolores. Me pregunto si Chencho, cuando vuelve corriendo a su pueblo, es porque no soporta esas tensiones. Me pregunto cómo se van silenciando nuestros cuerpos. Me pregunto qué nos pasó para desconectarnos tanto. Chencho me cuenta que él nunca ha estado enfermo, que alguna vez tiene algún achaque de la espalda simplemente. Chencho creo que tiene más o menos mi edad, 47 años.

Me cuenta que en Cantabria casi no hay pastores de ovejas porque tradicionalmente las ovejas eran cosa de mujeres. Los hombres se dedicaban a las vacas porque daban más rendimiento económico. Que él heredó el rebaño de su madre y lo hizo crecer. Que hace unos 40 años había un ganadero de ovejas, de cabras y de vacas por lo menos por cada pueblo. Que así los montes son más ricos porque hay más diversidad de flora. Que la carne de ganado de puerto tiene otro sabor por toda la flora silvestre que comen y por pastorear a esas altitudes.

Emma Serrano, investigadora del CIFA, y a quien pronto entrevistaré para este blog, nos contaba que la carne de estos ganados de puerto tienen alto contenido en Omega 3 y son muy buenos para el corazón precisamente por toda esa flora salvaje de la que se alimentan.  Y así, ahora escribiendo, pienso que quizás deberíamos hacer una marca de carnes de los puertos del norte y darle el gran valor que tiene para nuestra salud y para nuestro disfrute.

Conversando con Chencho le cuento que estuve un año en Coventry (Inglaterra) de Erasmus. Coventry es una de esas ciudades de película de Ken Loach. Hay mucha violencia en las calles. En la primera acogida, cuando llegas a la universidad, te recomiendan que te compres un aparato anti violaciones. Yo siempre lo relacioné con cómo se alimentaban. Iba al súper y observaba esos carros llenos de comida procesada, sin nada de verdura y fruta fresca, de carnes intensivas de vacas enjauladas, encerradas. No paran de comer carne mala de vacas y cerdos enjaulados. Esas caras de generaciones inglesas creo que hablan mucho de lo que comen. Soy de las que piensa que somos un poco lo que comemos, que tenemos la energía de los animales que comemos. Y en Coventry, como en gran parte de Inglaterra y de Estados Unidos, una de las causas de la explicación a tanta violencia puede ser lo que comen.

Si te paras a pensar que te estás comiendo la carne de un animal enloquecido por el encierro, de un animal maltratado con procesos de engorde rápido para satisfacer a la industria alimentaria, creo que no volveríamos a comer carne. Quizás llegue esa energía de furia de animal enjaulado a las personas. Quizás nos volvemos un poco locos por comer carne de animales enloquecidos por su falta de libertad. Quizás sea un poco la explicación de cómo está el mundo.

Comer carne de vacas felices criadas en esos puertos de Polaciones es un lujo para el alma y el cuerpo. Tenemos en nosotros la energía de un animal feliz, en libertad, viviendo en la belleza. Yo si me reencarno no me importaría para nada ser una oveja del rebaño de Chencho, viviendo en los puertos de Polaciones.

Chencho me contaba que antes su padre, con 40 vacas, les ofreció pagar los estudios a sus tres hijos. Antes había muchos ganaderos que con 40 vacas mantenían a una familia. Me cuenta Chencho que el precio de las vacas, de las no ecológicas, vale lo mismo que hace esas dos décadas. Hoy en día van desapareciendo los pequeños ganaderos porque no damos valor a su carne y se les compara con grandes producciones intensivas donde bajan precio por volumen y por una cría intensiva, pensando exclusivamente en la productividad económica. Son crianzas encerradas, llenas de antibióticos y de piensos cada vez peores.

Por eso es importante que distingamos qué carne comemos, que aprendamos a sentir nuestro cuerpo, que notemos cómo nos sienta, qué nos pasa cuando comemos una u otra carne.

El otro día me contaba una terapeuta que tiene mucha sensibilidad, que se cuida la alimentación y que tiene mucha conexión corporal, que se encontraba mal del estómago. Le pregunté qué había comido y me dijo que salmón y ensalada. El salmón que había comprado es de cría intensiva, que es el que venden en la gran mayoría de pescaderías, de salmones hacinados, llenos de antibióticos, sin libertad casi de movimiento, lleno de aditivos para colorear un salmón que al estar alimentado de harinas de pescado ya no tiene su naranja natural sino más bien grisáceo. ¿Qué energía nos puede quedar después de comer estos salmones? Lo normal es que nuestros intestinos griten SOS, a no ser que les silenciemos con medicación casi permanente.

Tenemos que ser conscientes de que no vale lo mismo una carne de una vaca feliz de Polaciones o un cordero que otra criada en cebaderos industriales de Holanda o de Israel.

Si empezamos a consumir más este tipo de carne y le damos su valor, quizás Chencho dentro de 20 años pueda contarnos cómo se ha ido repoblando el valle de ganaderos y ganaremos salud y energía bonita, de la de altura de los puertos de Cantabria.

A Chencho le encantaría que se fuese habitando poco a poco los nueve pueblos de Polaciones para tener más compañía en el valle, para dejar de ser ese territorio en especie de extinción. Los pueblos necesitan turismo rural sostenible, pero también ganadería y agricultura porque si no los montes, como son ahora, desaparecen. La soledad cuesta en los pueblos. En Francia se están sucediendo muchos suicidios en el mundo rural. Hay demasiada soledad en la España vacía. Necesitamos juntarnos, cantar, bailar, mirarnos, reírnos, ligar… y eso cada día es menos posible en esos pueblos. Sin eso es muy difícil vivir en los pueblos, porque no vivimos solo de la naturaleza. Necesitamos conexión con la naturaleza y los otros. Por eso hay que aplaudir a un restaurante como Casa Molleda, que subsiste en un valle de 100 habitantes y organiza conciertos y tiene (y da) mucha vidilla. Consumiendo este tipo de carne, mejoramos nuestras vidas, la de personas como Chencho y la de los pueblos, porque poco a poco se pueden ir repoblando y volver  a ser espacios llenos de vida.

Siempre me ha encantado cómo cuenta Chencho que un rebaño de ovejas cumple una gran función de bomberos, y cómo se podrían evitar mucho más incendios si hubiese más ganaderos.

 

Mientras pastoreaba con Chencho, llegamos hasta Tudanca y vimos de lejos a un hombre y sus vacas tudancas, la raza autóctona de Cantabria. Chencho dijo con orgullo: “Ese sí que es un gran vaquero”. Creo que la Administración debería seleccionar a los mejores pastores y traer a jóvenes que quieran aprender el oficio. Lo pienso mientras escribo el blog.

Chencho me cuenta que para ser pastor hay que tener mundo interior porque pasas mucho rato solo. Que si no fuese por su mujer y su hijo pasaría muchos días solo. Cuando el tiempo se lo permite se echa ratos de lectura mientras ojea a sus ovejas.

Le pregunto qué pasa si todos fuésemos vegetarianos y me cuenta que acabaría todo negro, todos los montes quemados después de muchos años. Necesitamos ganaderos para cuidar nuestros montes. Personalmente, creo más en la tesis de que deberíamos comer en un 80% vegetal y cereales, y un 20% proteínas, aunque por supuesto respeto y también me parece interesante para el mundo que haya vegetarianos. Te lleva a otro estar y a otra energía con el mundo.

La gran cocinera danesa Trine Hahnemann, con quien tuve la suerte de compartir una cena en San Sebastián cuando nos invitaron de ponentes al Basque Culinary Center, intenta siempre cocinar en sus platos con un 80% vegetal o cereal y un 20% proteína. Cuenta que a nivel nutrientes es lo que necesitamos y que el mundo cambiaría de este modo, bajaría mucho la huella de carbono y podríamos ir más a producciones extensivas de animales que no hacen daño al medio ambiente sino que lo cuidan como cuenta Chencho.

Cuando Hannemann me contó esto, pensé en los africanos y su dieta. Todos los que he conocido en España comían un poco así: arroces con mucha verdura y un poquito de pescado un día, otro de pollo… pero siempre con esa proporción. Me acuerdo que cuando trabajaba en la ONG Cantabria Acoge, de abogada de extranjería, todos los africanos vacilaban a los españoles cuando le veían comer un bollo, pastel o algo que tuviese azúcar diciéndoles que no iban a poder, que perdían virilidad. Ellos relacionaban el consumo de azúcar con la pérdida de potencia sexual. Ahora, después de muchos años y de haber escuchado a muchos médicos expertos en alimentación y a expertos en nutrición, me doy cuenta de cuánta sabiduría había en ese alimentarse de esos arroces y de no consumir azúcar blanco. Isabel Belaustegui, médico y nutricionista, que me ha enseñado tanto y ahora se lo enseña al mundo con un gran blog, Vida Potencial, cuenta muy bien el veneno de este azúcar blanco.

Salgo de África para volver a Chencho, a Polaciones. Me cuenta que hace un par de años estuvo a punto de dejar todo por el lobo, se desesperó un año en que los lobos le mataron casi la mitad de su rebaño. Le pregunto qué es lo que más le estresa, y su respuesta es el lobo. El lobo es su economía, es nuestro cierre Covid. A veces cuánto nos tensiona la Administración desde su atalaya. Me cuenta que los lobos cada vez están más cerca de los pueblos. Ángel Luis, otro ganadero de allí, me contó que tiene miedo de que un día le pase algo a algún niño. Chencho solo lleva a su hijo de ocho años a pastorear cuando hace bueno, tiene miedo los días de niebla con tanto lobo. No se puede hacer un plan del lobo desde el mundo urbano sin escuchar la voz de estos ganaderos de puerto y de montes. Ellos quieren que viva el lobo, pero que haya gestión para que no haya una invasión. Si no se hace algo, vamos a extinguir a los ganaderos de los pueblos.

 

Después de pasar la mañana con Chencho me bajo a Pejanda, de nuevo a Casa Molleda, a comerme un cocido montañés riquísimo. Sube gente en moto, baja gente en bici y yo subo y bajo de mi mundo. Acabo, me cojo el coche y me subo a una pradera del monte a meditar. Hago una meditación de El Súper de los Pastores. Hago otra meditación en mí.

Me vienen ideas nuevas, frescas, interesantes. Hacer meditación en la naturaleza me renueva. Salgo más luminosa, ligera, para conducir de vuelta a Santander. Esa noche al acostarme noto menos tensión en mis oídos, que es mi parte vulnerable, y me acuesto pensando en el poder de la naturaleza.

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